Ante la pujanza cultural de las economías emergentes, es previsible que a medida que retomen el crecimiento, los países europeos perfeccionen sus modelos de acción cultural exterior: depurando duplicidades, clarificando competencias, abriéndose a la sociedad civil, diseñando estrategias de naturaleza tradicional y digital y respetando la independencia funcional de las instituciones culturales. Concediendo, en definitiva, una consideración de política Estado a una esfera cuyo impacto solo es evaluable a medio y largo plazo.

En España, la estructura de su diplomacia cultural contiene elementos necesarios para convertirse en una plataforma de difusión y diálogo internacional de envergadura, aunque requiere de una consolidación de su arquitectura institucional y financiera.

El modelo británico se presenta como un caso referencial, en virtud de la magnitud de sus recursos, la independencia de sus organismos (simbolizados por el British Council) y el tratamiento estratégico que recibe la cuestión. No obstante, la cuantiosa presencia del sector privado, a menudo pertinente, podría desvirtuar la naturaleza pública de su acción exterior.

La cultural exterior francesa ofrece una estructura consistente y bien definida, producto de los esfuerzos acometidos en los últimos años. El volumen de los recursos invertidos da cuenta de la apuesta del Gobierno, quizá aún excesivamente presente desde un punto de vista orgánico.

El caso alemán combina el celo por la independencia de sus instituciones (Goethe-Institut, DAAD, etc.) con una fuerte financiación pública, y destaca por el énfasis que otorga a la movilidad académica y a la consolidación de la identidad cultural europea.

La potencia cultural de Italia carece de un adecuado soporte institucional que optimice su proyección exterior. No obstante, el reputado sistema italiano de patrimonio y restauración, sumado a su implicación en proyectos comunitarios merecería una renovación atenta de su diplomacia cultural.

La cultura sueca alcanza, por fin, una gran visibilidad internacional gracias al buen trabajo inter-institucional articulado por el NSU y a la coherencia sostenida de su política exterior y de cooperación: diferentes componentes diplomático-públicos (académicos, de marca y de cooperación) se coordinan bajo la batuta del Instituto Sueco.

El análisis comparativo revela divergencias de enfoque, fruto de la falta de un consenso establecido sobre lo que es la diplomacia cultural. De ahí que el posicionamiento de la cultura al mismo nivel diplomático que los factores de seguridad, económicos o de cooperación no resulte evidente. Con todo, es preciso señalar la existencia, en la práctica totalidad de los casos, de un interés compartido por trabajar en cuestiones de innovación, creatividad, emprendimiento, interculturalidad, desarrollo sostenible y fortalecimiento institucional.

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